François Poullain de la Barre (1647-1725) es un autor pionero en el discurso de la igualdad de hombres y mujeres, que lentamente se abrirá paso, por primera vez, en la Ilustración. Siendo un joven cura de 26 años, publica en 1671, un libro polémico y radicalmente moderno titulado La igualdad de los sexos. Contra todos los demás escritores de la época afirma que los varones y las mujeres deben ser educados para que ambos adquieran la capacidad autónoma de juzgar y no ceder a la opinión pública. Para él hay igualdad de espíritu en ambos sexos, las diferencias que se establecen son meramente producto de la sociedad.
Pero, además de por ser un pionero, nos interesa, para Segundo de Bachillerato, el lugar donde fundamenta tan novedosas (y escandalosas) ideas para la época. Su afirmación descansa en la separación de las substancias de Descartes, ya que es un seguidor incondicional del gran filósofo francés. El dualismo cartesiano ya había permitido fundamentar un concepto de igualdad válido contra el Antiguo Régimen y los privilegios de sangre, pero este mismo principio no se aplicará a las mujeres... hasta que nuestro autor lo haga. ¿Cómo usa este dualismo? Poullain de la Barre afirma, aplicando a la distinción entre sustancia pensante y sustancia extensa de Descartes, que el alma (sustancia pensante) no tiene sexo, por lo que las diferencias anatómicas entre los cuerpos de mujeres y varones (sustancia extensa) nunca pueden justificar la desigualdad. Lo que hacen los dos sexos se debe a la formación recibida. Si la mujer es timorata o pusilánime es porque se le ha enseñado a serlo, no porque su cuerpo sea diferente al del varón. La sociedad no tiene nada que ver con la naturaleza, sino que es creación humana. Las diferencias sexuales, por tanto, también lo son. Y, si no son naturales, tampoco estamos obligados a seguirlas y, por supuesto, no son inevitables.
La mayoría de las argumentaciones de todas las épocas en contra de la igualdad de derechos entre los sexos se han basado hasta tiempos muy recientes en considerar que la mujer es diferente por naturaleza, al estar sometida a las actividades de gestación y crianza de los hijos, lo que la destinaba a permanecer en el ámbito doméstico. Poullain de la Barre será uno de los primeros autores en cuestionar con brillantez estas arbitrarias ideas, ya en el siglo XVII, mucho antes de la aparición de Condorcet, Mary Astell o Mary Wollstontecraft, grandes figuras del protofeminismo.
La mayoría de las argumentaciones de todas las épocas en contra de la igualdad de derechos entre los sexos se han basado hasta tiempos muy recientes en considerar que la mujer es diferente por naturaleza, al estar sometida a las actividades de gestación y crianza de los hijos, lo que la destinaba a permanecer en el ámbito doméstico. Poullain de la Barre será uno de los primeros autores en cuestionar con brillantez estas arbitrarias ideas, ya en el siglo XVII, mucho antes de la aparición de Condorcet, Mary Astell o Mary Wollstontecraft, grandes figuras del protofeminismo.
De cara a la Antropología Cultural fue también un adelantado. Afirma que es
la guerra la causa de la sujeción de las mujeres, en la medida que ellas son también
parte del botín.
En este autor encontramos sorprendentes adelantos, principalmente, en dos argumentaciones, que tienen que esperar al siglo XX para ser relanzados y reestructurados por la antropología feminista y no feminista: primero, la idea de género frente a sexo, que nos señala que ser hombre o mujer no es es cuestión anatómica, sino que es una construcción social ,que todos aprendemos a través de la cultura. “No se nace mujer, se llega a serlo”, decía Simone de Beauvoir, una importante filósofa feminista francesa ya en el siglo XX.
La segunda idea es la poner como causa de la subordinación de la mujer el fenómeno de la guerra. Esta hipótesis la encontramos respaldada en parte por datos etnogŕaficos en un antropólogo cultural, Marvin Harris, para quien el “complejo de superioridad masculina” tendría su origen en las necesidades y requerimientos que la violencia implica, dejando a la mujer en su papel de fábrica de soldados y, a la vez, recompensa sexual de los mismos. Esa condición histórica recurrente estaría en la base de ese sometimiento.