Don't talk, if you can read; don't read if you can write; don't write if you can think. HANNA ARENDT, Diario filosófico

jueves, 23 de julio de 2009

Razones antirracistas y sentimientos racistas (II)

No podemos salir de esta alternativa: libertad, desigualdad, supervivencia del más apto y no libertad, igualdad, supervivencia del menos apto. El primer término de la alternativa lleva a la sociedad hacia adelante y favorece todos sus mejores miembros; el segundo lleva la sociedad hacia atrás y favorece sus peores miembros...

Esto es lo que decía William Graham Sumner (1840-1910), uno de los más fervientes defensores del darwinismo social. El darwinismo social es toda aquella doctrina que intenta aplicar a la sociedad humana alguno de los grandes principios de la teoría de Darwin. De hecho se puede considerar su creador no tanto Darwin, sino Herbert Spencer, que antes de la publicación de la teoría darwinista ya había hablado de la supervivencia de los más aptos, el fitness (adaptación) de Darwin (de hecho parece que Darwin se inspiró en este concepto de Spencer para aplicarlo a su propia teoría). Ni que decir tiene que el darwinismo social les vino muy bien a los nazis para sus políticas de «higiene racial» y exterminio.

Con frecuencia las ideologías racistas han intentado justificar sus incongruencias afirmando que la raza blanca, o aria o la que sea es superior, más adaptada o más fuerte que las demás.Pero el concepto de fitness (la supervivencia del más apto), así aplicado a la sociedad humana, tiene un problema: que este término, en la teoría de Darwin, se refiere sólo a individuos, con lo que no tiene sentido su aplicación a razas o especies. Un individuo que esté mejor adaptado a un medio, será motor de evolución, pero una raza o una especie es un resultado de los cambios azarosos producidos en individuos concretos. Conclusión: desde este aspecto nunca podrá hablarse de una raza superior (ni siquiera más "adaptada" que otra).

Lo mismo ocurre con la lucha por la supervivencia: tampoco es aplicable a supuestas razas o especies, porque las variaciones pueden cambiar como resultado de fuerzas que no tienen ninguna relación con la competición de recursos. Es decir, que no hay supervivencia del grupo más apto, sólo de individuos más aptos, más adaptados (que no más fuertes, ni más guapos, ni más listos. De hecho a veces estar muy adaptado es peor, porque un cambio repentino de las condiciones del medio, acaba antes con los más adaptados a las condiciones previas).

Pero para despejar toda duda sobre si el racismo tiene alguna base racional o no, nos queda por criticar el concepto de raza aplicado a nuestra especie. Tradicionalmente se ha considerado que existe una raza blanca, otra negra, otra asiática... pero la verdad es que hace ya décadas que la mayor parte de los biólogos y antropólogos consideran que no es aplicable al caso de nuestra especie, porque la humanidad no está dividida en una serie de unidades genéticas distintas.

Y es que en las taxonomías biológicas una raza es una población geográficamente aislada dentro de una especie que ha tenido poco o ningún influjo de genes con otras poblaciones durante un largo período de tiempo. No parece ser el caso de la especie Homo sapiens en los últimos miles de años.


Frank Livingstone dijo en 1962 que no hay razas, sólo clinas. Una clina es la distribución estadística de la frecuencia gradualmente creciente o decreciente con que se distribuyen los genes responsables de las diferencias que acostumbramos a considerar como raciales. Es decir, tener la piel «blanca» o «negra» es sólo una diferencia de clina, no de raza, porque es una diferencia biológicamente muy pequeña. Además, ¿dónde entrarían entonces esos millones de seres humanos que no son blancos como los nórdicos, ni negros como los centroafricanos, pero son muy morenos, como muchos pueblos mediterráneos? ¿Dónde ponemos el límite «racial»?

No se puede decir que el racismo sea algo que se fundamente en la razón, ya que sólo parecen existir sentimientos (y no argumentos) racistas.

martes, 21 de julio de 2009

Razones antirracistas y sentimientos racistas (I)

Cuando damos importancia a los sentimientos sobre la razón solemos olvidar que no sólo hay sentimientos constructivos sino que, además, hay muchos sentimientos destructivos. Olvidamos que movimientos políticos tenebrosos, como el nazismo, siempre alardearon de irracionales, despreciaron notoriamente la razón y situaron sobre ella la voluntad o la pasión. Incluso utilizaron para ello pensamientos irracionalistas como el de Nietzsche, cuyo objetivo era muy distinto al de los nazis, pero que se confundió retóricamente con esa absurda amalgama de consignas tortuosas y patéticas del Mein Kampf. Lo racional parece que pocas veces está de moda: es como si el hombre se cansara pronto de la razón y necesitara «subidones» sentimentales.

Una las irracionalidades con efectos más macabros ha sido siempre el racismo en sus variadas formas (incluso podríamos decir que hay un racismo que se apoya en el concepto de clase, ese que hace que ciertos grupos sociales miren por encima del hombro a otros grupos, aunque sean de su misma «raza») . Por eso conviene de vez en cuando recordar que un racista, además de mala persona, es un cretino, un ignorante, que por algún motivo se cree más importante, mejor, más guapo, más listo o que tiene más derecho a la vida que los miembros de un determinado colectivo.

La clave, para descubrir un racista (o para descubrir ese sentimiento racista que nos sorprende alguna vez) es esta: que el racista se considera mejor que todo un grupo, así sin más. No es que se considere mejor que algunos judíos o que algunas mujeres o que algunos homosexuales, sino que se considera mejor que todos los judíos, que todas las mujeres o que todos los homosexuales por el hecho de que sean judíos, mujeres u homosexuales. Porque cada uno nos podemos considerar mejores que determinados individuos. Yo, humildemente, me considero ligeramente mejor que un tal de Juana Chaos, por poner un caso, porque que yo sepa aún no he matado a nadie y ese individuo fue condenado por 25 asesinatos, pero no me considero mejor que todo el grupo social o cultural del que se supone que es el tal sujeto (si es que este tipo de sujetos pertenecen a algo humano todavía). Del mismo modo, yo no soy responsable (ni la mayoría de la gente) de la muerte de millones de personas en campos de concentración, pero sí Himmler. No parece ser difícil considerarse mejor persona que él o que Ben Laden o que Pol Pot y así sucesivamente. Esto es lo que a veces se confunde: saberse mejor que ciertos sujetos es algo necesario para saber por dónde vamos, moralmente hablando. Otra cosa, muy distinta, es creerse mejor que todo un grupo étnico, cultural, ideológico, sexual... por el hecho de no pertenecer a él.

He dado una vuelta por algunos textos de donde he podido extraer algunos argumentos, es decir «razones» que se pueden esgrimir cuando algún desinformado intente defender algún tipo de superioridad sobre un grupo. He procurado no entrar en lo filosófico y quedarme en lo biológico, centrándome en lo que se llamó darwinismo social que, por cierto, Darwin nunca defendió. Simplemente, algunos trasladaron a la sociedad humana los principios darwinistas, liando injustifiadamente el asunto.

Pero eso será en la próxima entrega, que los calores estivales ni dejan concetrarse mucho tiempo para escribir, ni tampoco para leer.


+ info en SOS Racismo

martes, 7 de julio de 2009

Adiós a Mario Benedetti

Hace poco tiempo nos dejó Mario Benedetti, un poeta que mucha gente de mi generación (y anteriores) ha seguido con fervor. Una de sus poesías más conocidas es Te quiero, una composición que creo que resume como ninguna otra poesía que yo conozca la transcendencia del amor de pareja, el compromiso y la prolongación de ese amor porque el amor no es aureola ni cándida moraleja...
Estos tiempos parecen especialmente malos para creer en la fuerza del espíritu del hombre para crear mundos nuevos, para transcender de lo pequeño, de la mezquindad. Por eso quizá necesitemos más que nunca recordar a Benedetti. Nacha Guevara le puso una hermosa música a este poema. Serrat también ha puesto música a muchos poemas suyos. Los poetas son imprescindibles para dar forma a esa insatisfacción que sentimos tantas veces porque falta vida a nuestra vida, porque nos falta horizonte y nos ahoga la realidad cotidiana: ellos ponen en palabras esos anhelos y nos permiten seguir creyendo en el hombre, o sea, en nosotros mismos.


Tus manos son mi caricia,
mis acordes cotidianos;
te quiero porque tus manos
trabajan por la justicia.
Si te quiero es porque sos
mi amor, mi cómplice, y todo.
Y en la calle codo a codo
somos mucho más que dos.
Tus ojos son mi conjuro
contra la mala jornada;
te quiero por tu mirada
que mira y siembra futuro.
Tu boca que es tuya y mía,
tu boca no se equivoca;
te quiero porque tu boca
sabe gritar rebeldía.
Si te quiero es porque sos
mi amor mi cómplice y todo.
Y en la calle codo a codo
somos mucho más que dos.
Y por tu rostro sincero.
Y tu paso vagabundo.
Y tu llanto por el mundo.
Porque sos pueblo te quiero.
Y porque amor no es aureola,
ni cándida moraleja,
y porque somos pareja
que sabe que no está sola.
Te quiero en mi paraíso;
es decir, que en mi país
la gente viva feliz
aunque no tenga permiso.
Si te quiero es por que sos
mi amor, mi cómplice y todo.
Y en la calle codo a codo
somos mucho más que dos.