"Yo diría que Nietzsche fascinaba por ese aire secreto que hacía presentir en él una soledad no confesada -y esto producía una fuerte impresión desde el primer golpe de vista. Un observador superficial no hubiera podido encontrar en él nada notable; de talla media, vestido muy sencillamente, aunque con sumo cuidado; de expresión pacífica y con el cabello castaño peinado hacia atrás, podía pasar fácilmente desapercibido. Su boca fina y extremadamente expresiva desaparecía bajo un espeso mostacho; tenía una risa suave, una manera de hablar discreta y unos andares cautos, meditabundos, con las espaldas ligeramente encorvadas.
Las manos de Nietzsche eran incomparablemente bellas y finas, y él mismo pensaba de ellas que ponían al descubierto su espíritu. Igualmente lo hacían sus ojos. Aunque estaba casi ciego, no tenía esa mirada escrutadora de la mayoría de los miopes cuando entornan los ojos, lo que los hace resultar indiscretos sin que ellos lo adviertan; los ojos de Noetzsche parecían más bien guardianes que vigilan sus propios tesoros, secretos mudos que ninguna mirada importuna debería rozar. Su vista deficiente prestaba a sus rasgos un encanto muy particular porque, en lugar de reflejar las cambiantes impresiones externas, solamente dejaba transparentar lo que ocurría en el fondo de su propio interior."
Lou Andreas-Salome: Nietzsche a través de sus obras.
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